martes, 5 de julio de 2011

EL GOCE EN LA EXPERIENCIA MÍSTICA: UN BREVE RECORRIDO POR LOS MÍSTICOS ESPAÑOLES. GC


EL GOCE EN LA EXPERIENCIA MÍSTICA
UN BREVE RECORRIDO POR LOS MÍSTICOS ESPAÑOLES



Dichoso el corazón enamorado
Que en sólo Dios ha puesto el pensamiento
Por El renuncia (a) todo lo creado,
Y en El halla su gloria y su contento.
Aun de sí mismo vive descuidado,
Porque en su Dios está todo su intento,
Y así alegre pasa y muy gozoso
Las ondas de este mar tempestuoso.

Teresa de Jesús

INTRODUCIENDONOS


Posiblemente el poema anterior sea una expresión de la experiencia mística que intentaré abordar en este trabajo. Trataré de una forma particular de goce: el goce con Dios, a partir de las descripciones de los fenómenos místicos. En particular San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, pensados a través de la escritura de sus transfixiones, (es decir heridas en el cuerpo) como una forma de capitación (esto es pago de un tributo) en la cual el placer infinito con el Otro, los sostiene en el mundo. (Cf. Zapata 1998).
En el presente trabajo intentaré mostrar que el místico debe ir más allá del goce puro del cuerpo, y dar cuenta de su experiencia en la escritura o en el acto simbólico de la palabra.

           Podemos caracterizar dos modalidades de la literatura.

          Una se vuelca hacia el lado de la significación a la hora de enfrentarse con ese agujero en lo simbólico que es lo imposible. Es una escritura en la que el goce de la letra, por ser un goce del sentido, permite que el lector la recorra con placer entregándose a la evocación que la lectura promueve.
           La otra forma intenta procurar, más allá de las limitaciones que impone la significación, una relación más estrecha con lo real, no con la realidad.
           Sabemos que lo real es justamente el límite del sentido.
           Del recubrimiento de lo simbólico y lo imaginario surge el sentido, siendo su límite lo real, es decir, aquello que lo funda al quedar excluido de él. En esta literatura el goce del escritor se impone al placer del lector, lo desaloja. La letra está en función del «uno» de la lengua, puro uno significante que no atiende ni a la forma ni al sentido.
           Puestas a transmitir lo inefable de una experiencia interior estas literaturas darán formas divergentes.
           En el cántico espiritual las metáforas, hondamente evocadoras, producen en el lugar de ese real imposible un nuevo sentido. Así, la esposa, el alma, refiere las grandezas del amado, cantando alabanzas de aquello que en esa unión siente y goza:

                 Mi Amado, las montañas,
                 los valles solitarios nemorosos,
                 las ínsulas extrañas,
                 los ríos sonorosos,
                 el silbo de los aires amorosos.
                 La noche sosegada
                 en par de los levantes de la aurora,
                 la música callada,
                 la soledad sonora,
                 la cena que recrea y enamora.

             Verdaderos restos metonímicos de significaciones extinguidas, interrumpidas, las epifanías carecen del poder de evocación de las metáforas del místico que buscan el sentido nuevo.



INTENTANDO DEFINIR


Mística para los griegos es, según el Léxico de Religión, todo aquello que hace referencia a los misterios y a sus ceremonias, que eran secretas, y sólo para los iniciados. Y recordemos que en muchos misterios se entregaban los fieles a un entusiasmo frenético para ser poseídos por el dios. Por ese procedimiento ponían su cuerpo en disposición de ser poseído por la divinidad.
  Quienes intentan dar explicación, digamos “científica”, a los fenómenos místicos dicen que no son más que las alucinaciones producidas por los rigores ascéticos (austeros).
Santa Teresa lo dice así:
“Y es tanto lo que se emplea el alma en el gozo de lo que el Señor la representa, que parece que se olvida de animar el cuerpo.”
“No se pierde el uso de ningún sentido ni potencia, pero todo está entero para emplearse en Dios solo. De este recogimiento viene algunas veces una quietud y paz interior muy regalada, que está el alma que le parece que no le falta nada”.
  Estas palabras intentan explicar cómo es la unión mística, amorosa, con Dios. La forma más espiritual y sublime del amor: es contemplación y éxtasis.
  Podemos decir en líneas generales que es una experiencia de Dios, inmanente y trascendente, por vía de conocimiento y de amor actuados, para el creyente, por el Espíritu Santo.
  Es tal vez aquí necesario explicitar que no puede entenderse el fenómeno místico fuera de la experiencia de la fe del sujeto. Con respecto a la experiencia de la fe se han dado diferentes aproximaciones:
ü     Creer sin evidencia, en algo que dijo alguien sin conocimiento, sobre cosas sin fundamentos, que sólo se posee cuando el fiel entrega su confianza a la divinidad.
ü     Creencia en algo indemostrable.
ü     La adhesión a los dogmas de una creencia religiosa.
 Ahora bien, el problema principal que plantea el estudio de la mística radica en sus fuentes, no porque sean escasas, sino porque los propios escritores místicos son conscientes de no conseguir plasmar correctamente la experiencia en el lenguaje escrito.

Se trata no sólo de experiencias de índole subjetiva, y por lo tanto difícilmente comprensibles, sino de experiencias que algunos autores relacionan con un modo de funcionamiento del psiquismo que resulta diferente del que preside el razonamiento lógico.

Tanto en la filosofía como en el discurso psicoanalítico, se ha recurrido a la expresión fenómeno, para expresar algunas formas perceptuales por las que atraviesa el ser hablante. Así, por ejemplo en variadas ocasiones se nombra el fenómeno psicosomático, el fenómeno místico, el fenómeno alucinatorio, etc., para referirse a las vivencias que un determinado sujeto tiene en su encuentro con lo real. (Cfr. Diez De Velasco, 1997) 

Si se inscribiera la noción de fenómeno dentro de los tiempos lógicos del pensamiento, habría que ubicársele en el momento de ver. Entendiendo por ello, el instante donde el objeto inunda al sujeto durante la percepción de lo real. Ver entonces, implicaría un estado fenoménico donde el sujeto de la percepción y el objeto percibido se fundan en un sólo movimiento. Acá, el sujeto no ha tomado ninguna distancia del objeto en lo real captado, necesitando de un segundo momento para que el sujeto tome conciencia de lo percibido e ir más allá del fenómeno.

La imagen acústica, la imagen visual, la imagen táctil son, en efecto, distintas formas del fenómeno significante. Estos modos del fenómeno significante son a priori, inscritos en el primer instante del pensamiento lógico del sujeto, donde la particularidad del fenómeno o carácter, color, textura, olor etc., del objeto determinado, estaría dada sólo en un segundo momento lógico de la apercepción sensible. Este segundo momento, igual podría ser llamado a posteriori o de la comprensión. No todas las rosas son rojas y huelen a lo mismo. A si mismo podría decirse, que la noción de fenómeno significante es común, pero hay características que lo singularizan. Fenómeno psicosomático, fenómeno alucinatorio, fenómeno místico, tienen algo que los unifica, pero cada vez el adjetivo que lo califica es distinto.
El fenómeno u objeto indeterminado, con el cual se encuentra el sujeto, tiene ocurrencia como tal, en el momento en el cual el significante, se precipita sobre el sujeto dándole la forma. El sujeto del significante, o sea el sujeto de la forma, sólo puede hacer emerger el objeto en lo real, si ha habido alguien, un Otro, que a priori, se lo haya aportado. Llámese ese Otro el lenguaje, Dios, la cultura, la familia, etc., agente sin el cual no se puede llegar a la conclusión de ser hablante. (Cf. Zapata 1998).
Aquí el testimonio de la Santa:
“Vi que tenia una larga lanza de oro y que de su punta parecía brillar un destello de fuego; me parecía que la hundía varias veces en mi corazón y que penetraba hasta mis entrañas. Cuando la retiraba me parecía que con ella se iban mis entrañas, dejándome abrazada en el gran amor de Dios. El dolor era tan intenso que me hacia gemir, y, sin embargo, la dulzura de este excesivo dolor era tan grande que no podía Desear ser liberada de él”.
  Esta magnifica narración fenoménica, que describe el desenfreno del trance místico que vive, dimensiona la vastedad del placer innombrable en el cual el sujeto del significante queda atrapado. La escena mística, que narra una mujer tan particular como Santa Teresa de Ávila, pone en su punto la idea de una dulzura tal, que sostiene el enigma acerca de cómo puede llegar a gozar esta mujer.

El que no pueda desear ser liberada del objeto que la hace gemir apuntala la naturaleza de la imagen o faz del representante que soporta su contento infinito. El objeto que desenfrena a la Santa es algo que ella sólo puede presentar por el camino de las letras. Esta presentación en su escritura, que la mística utiliza como vía para nominar su placidez indescriptible, hace emerger la grieta por la cual la cadena significante se rompe. Esta ruptura hace que falle la función simbólica que posee el significante para representar el objeto que causa el gemido de la mujer Teresa de Jesús.

Ahora bien, cuando la función metafórica del significante deja de operar, entonces es el fenómeno lo único que guía la percepción. Si la sensación no es más que la forma material, en la cual lo real del objeto se da al sujeto que percibe el fenómeno, forzando un poco los términos, se puede afirmar que la sensibilidad imaginaria del místico es un fenómeno. El fenómeno místico es pues un estado logrado, dado que, la sensación y la forma se dan materializando la intuición sensible. "VI que tenia una larga lanza de oro y que en su punta parecía brillar un destello de fuego; me parecía que la hundía varias veces en mi corazón y que penetraba hasta mis entrañas." (Bataille, 1971)


ACERCA DEL GOCE


        Intentare un breve acercamiento por algunas conceptualizaciones acerca del goce. Miller[1] traza un camino. Me detendré en el  paradigma 6º: la no relación.
       Para Lacan el lenguaje es no inaugural, sino derivado de lo que llama “lalengua”. Y la palabra, que pasa a ser pensada como goce. El significante pasa a ser secundario, y será la palabra en tanto que “lalengua”, separada del lenguaje, ligada al goce, la que aparece como primaria: es lo que nombra como el goce del “blablabla[2]”. Aquí se da disyunción entre el goce y el Otro, entre hombre y mujer, bajo la formula: “no hay relación sexual”.
          En Aún dice: “…pues enuncio que el discurso analítico no se sostiene sino con el enunciado de que no hay relación sexual, de que es imposible formularla.”,”El goce, en tanto sexual, es fálico, es decir, no se relaciona con el Otro en tanto tal.[3]”.
          ¿Donde se sitúa el goce? La respuesta de Lacan en este seminario será que el goce se sitúa en el Uno, “el deseo de ser Uno[4]”. Este Uno es el que postula que no hay proporción sexual; hay goce.
           Lacan, despliega una segunda posibilidad, la del Uno-goce: entendido como el goce del idiota, del solitario, instaurado en la no-relación al Otro, es el goce masturbatorio.
          Cabe establecer bien la diferencia, pues el goce Uno, aun sin el Otro, se sirve de él; el goce Uno es goce del cuerpo propio, pero sirviéndose eventualmente del Otro. El Uno-goce parte de la no relación al Otro. El adjetivo idiota, utilizado por Lacan, da cuenta de un ensimismamiento que elude toda relación al Otro.
         Y aún habría una tercera figura, el del goce que habita en la palabra, y que ya mencionamos antes: “Blablabla quiere decir exactamente que si se considera desde la perspectiva del goce, la palabra no apunta al reconocimiento, a la comprensión: es sólo una modalidad del goce Uno[5]
         El goce y la relación sexual no pueden coexistir en el mismo plano. El goce forma parte de lo real, de lo no relacionable. El goce, por tanto apunta al agujero, al no hay, al no hay necesario para que se produzca el deseo y para la invención.


“GOZAR SIN ENTENDER LO QUE SE GOZA”


Leemos en La nube del no saber, texto anónimo de un autor místico inglés del siglo XIV, que el punto de partida básico en el camino de unión con Dios es la pérdida del yo. El sentimiento de la propia existencia es el mayor sufrimiento para el hombre. “Todo hombre tiene muchos motivos de tristeza, pero sólo entiende la razón universal de la tristeza el que experimente que es (existe)”se dice en la Nube.
La razón de esta tristeza o angustia está en la separación de Dios (que es la existencia humana).
            San Juan de la Cruz lo dirá así: 
¿Adónde te escondiste, amado,
                                                         y me dejaste con gemido?
                                                        Como el ciervo huiste,
                                                        habiéndome herido;
                                                        salí tras ti, clamando,
                                                        y eras ido.
Esta unión con Dios no es fruto del conocimiento sino del amor” (Santidrian.1991) “Nadie ama lo que no conoce”, dirá San Agustín.
Una experiencia espiritual, como la descripta anteriormente, para los místicos implica no sólo buscar a Dios sino sentirlo en el propio cuerpo, y sólo es demostrable para la persona que lo experimenta; externamente parece que nada cambió, pero internamente se produce una revolución tan intensa, que todo el sistema de creencias en las que había basado su existencia mundana se transforma de la noche a la mañana.
Entréme donde no supe:
                                                              y quedéme no sabiendo,
                                                              toda ciencia trascendiendo.
                                                              Yo no supe dónde estaba,
                                                              pero, cuando allí me vi.,
                                                              sin saber dónde me estaba,
                                                              grandes cosas entendí;
                                                              no diré lo que sentí,
                                                              que me quedé no sabiendo,
                                                              toda ciencia trascendiendo.

Es una vivencia tan honda que lo único que se desea a partir de ese momento es repetirla, recrearse en ella, poder permanecer más tiempo, y se convierte en un motor más potente que cualquier otra motivación que haya podido existir. (“El dolor era tan intenso que me hacia gemir, y, sin embargo, la dulzura de este excesivo dolor era tan grande que no podía Desear ser liberada de él”)(Del Castillo. S/F)


¿QUE ES ESO DEL GOCE MÍSTICO?


Lacan dice en su seminario Aun: "Sabemos de la mística por ciertas personas, mujeres en su mayoría, o gente capaz como San Juan de la Cruz, pues ser macho no obliga a colocarse del lado del todo. Uno puede colocarse también del lado no-todo. Hay allí hombres que están tan bien como las mujeres. Son cosas que pasan. Y no por ello deja de irles bien. A pesar, no diré de su falo, sino de lo que a guisa de falo les estorba, sienten, vislumbran la idea de que debe haber un goce que está más allá" (Lacan, 92:1973).

En la misma línea Pérez, 2004 sostiene que San Juan de la Cruz coloca el alma en una posición femenina y le da a dios el carácter de “esposo” que se une en divino matrimonio con el sujeto de la experiencia mística. Esta metáfora es el instrumento utilizado para poner en palabras la propia experiencia mística sujetándose así al dogma religioso. (Adónde te escondiste, amado…)
De lo dicho por ambos autores tal vez pueda inferirse que existen diferencias en la expresión de la experiencia mística entre los hombres y las mujeres. Mientras que San Juan de la Cruz se ajusta al rigor del dogma, Teresa en cambio es rotunda al referirse al éxtasis: “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza”. Entiéndase que se goza un bien, adonde juntos se encierran todos los bienes, mas no se comprende este bien. Ocúpense todos los sentidos en este gozo, de manera que no queda ninguno desocupado para poder en otra cosa, exterior ni interiormente”. Esta diferencia puede explicarse desde el componente enciclopédico de ambos: Mientras Juan de la Cruz era teólogo y sacerdote, Teresa era sólo una religiosa que accedía al saber a través de sus confesores.
El místico, como sabemos, recurre al rechazo de los objetos de deseo para interrumpir la relación entre el cuerpo y la satisfacción y hay una proliferación de escritura como trazo de ese deseo.
Olvido de lo criado,
                                                             memoria del Criador,
                                                             atención a lo interior,
                                                             y estarse amando al Amado.
          O también:                                                                                                                                                                      
                                                             Buscando mis amores,
                                                                        iré por esos montes y riberas;
                                                                        ni cogeré las flores,
                                                                        ni temeré las fieras,
                                                            y pasaré los fuertes y fronteras. 
                                                                                                         (S.J.Cruz)
          
A lo largo de su obra Lacan vuelve una y otra vez a los místicos como expresión de ese goce que "se siente y del que nada se sabe", aquel que "nos encamina a la ex-sistencia".
En el seminario de la Angustia define a la Santa como “aspera fornicadora”[6], colocándola en la línea de mujeres para las que el deseo del hombre, con lo que representa de más o menos imaginario, se confunde con el a. Queda así establecida una distinción entre la experiencia mística –la posición femenina y la masculina. En 1970 divide las aguas: el goce fálico del lado de la posición masculina, en la posición femenina un goce suplementario en relación al no-todo.

Hasta el momento, no se ha nombrado qué tipo de goce funda el fenómeno místico en la santa: no es el goce fálico lo que daría cuenta de la vivencia que nos ocupa.
Conviene introducir tal vez el concepto de lo no reconocido, porque el goce del cual este concepto habla, no esta totalmente significado en la complacencia fálica, sino como un goce otro o suplementario. (cfr. Zavala, 1999)
Es decir que por la vía del deseo fálico, la mística haya la plenitud, pues como ella lo escribe, " La dulzura de este excesivo dolor era tan grande que no podía desear ser liberada de él.”, es entonces el goce suplementario donde la pulsión se satisface. (Cfr. Zapata, 1998)
Para Zapata, 1998 el hecho de que la doctora de la iglesia escriba esta experiencia mística, lleva a la reflexión de la escritura como casi la única vía de acceso a la vivencia mística puesto que ella avanza hacia el goce significante, es decir a la escritura, pasando así de la dulzura del excesivo dolor de la vivencia de transfixión …(“VI que tenia una larga lanza de oro y que en su punta parecía brillar un destello de fuego; me parecía que la hundía varias veces en mi corazón y que penetraba hasta mis entrañas." … “El dolor era tan intenso que me hacia gemir, y, sin embargo, la dulzura de este excesivo dolor era tan grande que no podía Desear ser liberada de él”), al goce fálico del sentido en la escritura. (Cf. Zapata 1998).
 Las palabras de Teresa ponen de manifiesto la realización absoluta de la pulsión. El resplandor, como señuelo desplazado del objeto, donde la pulsión se gratifica, abriéndose hacia su sesgo último, infinito. (Cf. Zapata 1998).
El fuego, que causa dolor no se inscribe más en el objeto causa del deseo, porque éste queda rechazado, el resplandor "... tiene como efecto el suspender, el disminuir, el desarmar, diría, el deseo.". (LACAN, J. La ética del psicoanálisis. En Zapata 1998).



¿GOCE MÍSTICO Y GOCE FEMENINO?  


Brevemente me referiré al goce místico y su relación con el goce femenino. Mucho se ha dicho al respecto pero me parece importante aludir a esta relación sin pretensión de ser original.
Lo que Lacan comenta es que si se quiere entender el goce femenino es necesario recurrir a los místicos. Ellos demuestran que del amor se obtiene goce. Es una extracción a partir del amor y no del toqueteo o del órgano viril en el encuentro con el otro sexo. Lacan sostiene que los místicos tienen la idea de un goce más allá del falo.
“Hacer el amor es hacer poesía”[7] y “hablar de amor es en sí un goce”[8]. Para Gabriela López s/f, estas citas ponen en evidencia que Lacan piensa que en los místicos se manifiesta un amor logrado.
El goce místico y el goce femenino se parecen en la pasividad frente al Otro que permite acceder a un cierto goce.
La misma Teresa en su obra “Las moradas” menciona siete momentos descriptos como las distintas etapas para acceder a ese goce en la unión con Dios. Esto se puede pensar como un camino al goce. Lo que propone Santa Teresa para llegar a Dios, es vencer cada una de las moradas en la que para ella se albergan los vicios y las vanidades mundanas. Al final se ubicaría esta inmensa dulzura de la unión con Dios. Esto parecería en la vasta obra de Santa Teresa un inmenso esfuerzo por decir sobre el Otro goce.
Coincido con Gabriela López s/f en que la experiencia de los místicos muestra que no se trata de gozar con el cuerpo, con el falo, con el fantasma sino de gozar con el amor.
Cuando Santa Teresa habla está frente a algo que hace cosquillas. Quizá algo de esta experiencia de amor se pueda transportar el terreno de las mujeres, algo de este cosquilleó da cuenta de un fenómeno femenino, que no es místico pero que sí comparte algo con la estructura mística.


GOCE, SÍNTOMA Y EXPERIENCIA MÍSTICA.


Lacan recomendará la lectura de los místicos, sosteniendo que están enfrentados a la falta en el otro y allí encuentran un goce otro. Dios es el soporte de ese goce.
Aquello que el falo no puede escribir con sus significantes, es precisamente lo que hará decir a Lacan sobre la Mística: "A pesar, no diré de su falo, sino lo que a guisa (a manera) de falo les estorba, sienten, vislumbran la idea de que debe haber un goce que esta mas allá.”[9]

Hemos señalado hasta aquí que la experiencia mística es un puro goce que no puede ser interpretado. Por lo cual el que tiene una experiencia mística se sitúa en un goce más allá del falo.
Al respecto sirve recordar la siguiente cita de San Juan de la Cruz:
Entréme donde no supe:
y quedéme no sabiendo,
                                                        toda ciencia trascendiendo.
                                                                   Estava tan embebido
                                                                   tan absorto y ajenado
                                                                  que se quedó mi sentido,
                                                                  de todo sentir privado
                                                                  y el espíritu dotado,
                                                                  de un entender no entendiendo,
                                                                  toda sciencia tracendiendo.

            Huella de una particular modalidad del goce del sujeto.
Para concluir planteo algunos interrogantes que me surgen a partir de este trabajo y que pueden ser de gran interés para posteriores debates:
            Sino se trata del goce fálico, ¿de qué goce estamos hablando?
¿Se genera una forma de goce distinto al del síntoma?

Bibliografía


Anónimo del siglo XIV. LA NUBE DEL NO SABER. Madrid, San Pablo, 1981.
Bataille, J. EL EROTISMO. Barcelona, Mateu, p. 276 1971.
Del Castillo, Beatriz F. LA EXPERIENCIA MÍSTICA (En: http://www.holistika.net)S/F.
Diez De Velasco, Francisco. IMÁGENES DE LA POLIS, (D. Plácido y otros, eds.), Madrid, 
                                               Ediciones Clásicas (Serie ARYS nº 6), 1997, 407-422.
Evans, Dylan. DICCIONARIO INTRODUCTORIO DE PSICOANALISIS LACANIANO. Buenos
                                               Aires, 1997.
Lacan, Jacques.  SEMINARIO 7. LA ÉTICA DEL PSICOANÁLISIS. Barcelona, Paidós
                            SEMINARIO 10. LA ANGUSTIA. Barcelona, Paidós.
                            SEMINARIO 20. AUN. Barcelona, Paidós, 1973.
López, Gabriela. EL GOCE FEMENINO EN LAS MÍSTICAS Y EN EL EPISTOLARIO
                                              AMOROSO (En: http://www.elsigma.com)
Léxico de Religión (en: http://www.elalmanaque.com/lexico/)
Miller, Jacques Allen. EL LENGUAJE, APARATO DEL GOCE. Buenos Aires, Colección Diva. 2000.
Pérez, Carlos D. GOCE Y LOCURA MISTICA EN LA EXPERIENCIA DE SANTA TERESA DE 
                                              JESUS. (Página 12, Buenos Aires, edición digital del 22 de enero
                                              del 2004)
Santidrian, Pedro. DICCIONARIO BREVE DE PENSADORES CRISTIANOS. Navarra, Verbo
                                               Divino, 1991.
San Juan de la Cruz, OBRAS COMPLETAS. Madrid, Editorial de Espiritualidad.1980.
Zapata, Jorge Iván. LA MISTICA UN FENOMENO SINGULAR. Affectio Societatis. N° 2
                                    Septiembre de 1998. Revista Electrónica del Departamento de 
                                    Psicoanálisis. Universidad de Antioquia (En
                                    http://antares.udea.edu.co/~affectio/Affectio2/mistica.html)
Zavala, Iris M. TEORÍAS FEMINISTAS. Revista Quimera. Número 177 – Febrero 1999.
                                               Barcelona.





[1] Miller, Jacques Allen. “El lenguaje, aparato del goce”. Buenos Aires, Colección Diva. 2000.
[2] Idem. pag 43.
[3] Lacan, J  Seminario XX. Aún. (1973).Ed. Paidós. Pag. 16-17.
[4]  Idem. pag 14.
[5]  Idem. pag 48.

[6] Lacan J. SEMINARIO X. LA ANGUSTIA. Ed. Paidós. Pag. 220.
[7] Lacan, J  SEMINARIO XX. AÚN .Ed. Paidós. Pág. 88
[8] Idem. Pág. 101
[9] Idem. Pág. 92

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